(Este relato, con sus cuatro capítulos han sido enviados a la Antología Solidaria Masqueunahsitoria, razón por la cual no será posible acceder a ellos durante un tiempo).
Ángelo
era un excelente pintor a pesar de ser bastante joven. Pintaba como
nadie más lo hacía. Era conocido en toda la comarca. Sus cuadros no
tenían comparación. Y lo que hacía que Ángelo fuese diferente de
todo los demás artistas de su época no era su estilo, ni su forma
de pintar, ni la técnica que utilizaba, sino su increíble capacidad
para pintar a alguien tal y como era por dentro. Sí, Ángelo era
capaz de pintar el alma de las personas.
El
por qué de este extraño "don" nadie lo sabía con
certeza. Había quien decía que el día de su nacimiento, Karishia,
la musa del arte, le había tocado con su etérea mano otorgándole
así dicha gracia. Fuera como fuere Ángelo era capaz de cautivar a
la gente con sus obras.
Acudía
gente de todos los países para pedirle un retrato.
Su
fama llegó a los oídos de la mismísima reina Laurien. Una hermosa
y presumida joven a la que le encantaba coleccionar retratos suyos.
Todos los cuadros los guardaba en un gran salón. Laurien estaba
obsesionada con no envejecer y con que la gente la recordara así
como era en ese momento, hermosa y joven. Y teniendo retratos de
todos los pintores conocidos de la época, el cuadro de un pintor de
tanto prestigio y fama como era Ángelo, no podía faltar.
El
pintor fue hecho llamar por la reina y llevado ante ella. Cuando
Ángelo llegó a la corte quedó impresionada por todo el lujo que lo
rodeaba. Pero la mayor sorpresa fue cuando vio a Laurien. Era la
mujer más bella que había visto nunca. Su cabello eran finas hebras
de oro que descendían suavemente por su espalda en delicados bucles.
Sus ojos, relucientes esmeraldas, chispeaban a la luz del sol. Su tez
azucena y sus labios rojos como la sangre hacían de la joven el ser
más hermoso de todo el país.
-Os
hecho llamar porque como supondréis, quiero que me retratéis- habló
la reina con su dulce y aterciopelada voz- y si vuestro cuadro me
complace, este será colocado en el salón que tengo reservado para
todos mis retratos y vos seréis cubierto oro. Acompañadme y os
mostraré mi colección- dijo Laurien poniendo se en marcha e
invitando a Ángelo que la siguiese con un majestuoso gesto de su
delicada mano. Él la siguió aún turbado por su belleza. Mientras
caminaban hacia el salón de los retratos, se cruzaron con una de las
criadas de la reina, que al ver a su señora, hizo una profunda
reverencia.
-Mi
señora-la saludó la muchacha. La reina ni siquiera la miró, pero
al pasar por su lado se recogió el vestido para que este no tocara
al joven criada. Esta bajó la cabeza avergonzada. Ángelo que había
contemplado la escena frunció el ceño, tal vez Laurien no fuese tan
bella como parecía.
La
criada volvió a inclinarse al ver a Ángelo, pero este la sujetó e
impidió que se agachase.
-A
mi no hace falta que me trates con tanto respeto.-dijo con una
sonrisa-soy Ángelo.
-Soy...
-¡¡¡Iris!!!-gritó
la reina desde el final del pasillo-¿ya has acabado todas tus
tareas?-Iris se separó del pintor rápidamente.
-Lo
siento tengo que irme-dijo precipitadamente mientras desaparecía
entre el laberinto de puertas y pasillos. Ángelo la miró marcharse
negando con la cabeza.
-¿Me
acompañáis?-preguntó Laurien. Por toda respuesta Ángelo anduvo
hasta colocarse junto a ella.
Por
fin llegaron al salón destinados a los retratos de la reina, que se
encontraba al lado de su dormitorio. Ángelo contempló boquiabierto
el lugar estaba ricamente decorado, aunque resultaba un poco extraño
ver tantos cuadros de la misma persona. Sin embargo todos ellos eran
preciosos.
En
el centro de la estancia había un bonito espejo en el que Laurien ya
se estaba mirando. El marco era de oro y tenía alguna esmeralda
adornando las esquinas.
-Podéis
empezar mañana-le dijo Laurien al pintor sin dejar de mirarse al
espejo.-Ahora os podéis retirar, Iris os mostrará la habitación en
la que os quedareís. ¡Iris!-gritó la reina. En cuanto la joven
llegó le dijo lo que debía hacer. Ella asintió con una reverencia
e invitó a Ángelo a que la acompañase.
-Y
dime- le preguntó Ángelo una vez hubieron abandonado el
salón,-¿cómo es la reina?- Ante aquella pregunta la joven criada
tomó aire y miró en todas direcciones como si temiese que alguien
la estuviese escuchando.
-La
señora es alguien muy... particular.
-No
os trata bien ¿me equivoco?- Ella asintió imperceptiblemente.
-Pero
ella es la reina y nosotras las criadas, no hay elección.
-No
tiene porque ser así,-dijo él.
-Ya
hemos llegado- anunció, evitando así contestar.- Si
necesitáis...perdón necesitas-dijo con una tímida sonrisa ante su
mirada de "reproche"- llámame a mi o a cualquiera de mis
compañeros.- Y dicho esto Ángelo se metió en sus aposentos e Iris
se marchó.
Antes
de dormirse, Ángelo estuvo reflexionando. Iris no era tan bella como
la reina y sin embargo parecía mucha mejor persona que Laurien. Iris
tenía el pelo color azabache y ojos oscuros, no luminosos como los
de Laurien, tampoco tenía la bonita figura de la reina ni su voz era
tan suave, pero daba la impresión de que Iris tenía un alma mucho
más pura que Laurien.
Al
día siguiente Ángelo comenzó su trabajo. Pidió que la reina se
presentase ante él para comenzar a pintarla. Pasaron, sin embargo
unos largos minutos antes de que Laurien presentase. Y mientras el
pintor esperaba apareció de nuevo Iris.
-Buenos
días señ... Ángelo-le saludó ella recordando la petición que le
hizo el pintor el día anterior.
-Hola
Iris, es agradable ver una cara relativamente conocida, desde que me
he despertado no he visto más que extraños-sonrió. Por su parte
Iris bajó la cabeza reprimiendo una sonrisa.
-¿Te
apetece algo para desayunar? Voy a bajar ahora a la cocina, por si...
-No
hace falta gracias-respondió él con una radiante sonrisa.- De
momento estoy bien.
-Bueno,
en ese caso....
-Iris-la
cortó de nuevo él. Ella dio un respingo- Sé que tienes prisa, pero
necesito que me digas qué opinas de Laurien.
-Pues...
ella es hermosa, salta a la vista, ¿no crees?
-Sabes
que no me refiero a eso, quiero que me digas como es, como persona.
-Buenoo...
pues... ella es... una buena reina...
-Sé
sincera-le pidió él- no se lo diré a nadie.
-Como
una ogresa. -Dijo sorprendida de haber dicho tal cosa. Miró a todos
lados temiendo haber sido escuchada.- Por fuera es hermosa, pero...
es arrogante, exigente y muy puntillosa. Por tu bien, píntala de
manera que salga favorecida,-lo advirtió.
-¡Iris!-dijo
un voz desde el pasillo.- ¿se puede saber qué haces todavía aquí?
He mando a Catalina a buscarte, aún no habéis terminado mi vestido
rojo. -La recordó con dureza.
-Lo
siento señora -respondió Iris bajando la cabeza haciendo una
reverencia.- Yo...
-Lo
quiero para hoy, ¿me has escuchado?- la advirtió. Iris se quedó
callada con la cabeza baja- Mírame cuando te hable, - dijo, la joven
levantó la cabeza- ¿Me has oído? ¡Contesta!
-Sí
señora-contestó ella temblando como un flan.
-Entonces,
a ¿qué esperas? ¡Largo!- Iris salió de allí rápidamente.
Ángelo
que había estado observando la escena sin intervenir, negó con la
cabeza.
-Bien
ya estamos solos, puede usted empezar- ordenó la reina. Y se fue a
clocar en su posición. Ángelo encaró su caballete y miró el
blanco lienzo, y luego la figura de la reina que debía plasmar en la
tela. Cogió el pincel y volvió a mirarla. Entonces ahogó una
expresión. Toda la belleza había desaparecido del cuerpo de la
reina. En el lugar de una bella joven, se alzaba una horrenda
criatura con una silueta humanoide, pero infinitamente más feo que
cualquier ser humano.
-¿Ocurre
algo?-exigió saber la reina. Ángelo negó con la cabeza.- Bien pues
¿a qué estás esperando?
Ángelo
cogió aire, mojó el pincel en pintura, y lo deslizó sobre el
lienzo.
Tardó
varios días en terminar el cuadro, la reina esperaba impaciente,
Iris esperaba que fuera del agrado de la reina y Ángelo, simplemente
esperaba terminar cuanto antes para poder salir de allí. Por fin
llegó el día en el que el cuadro estuvo finalizado, pero todos
hubiesen deseado que este no hubiese llegado nunca.
Cuando
Ángelo levantó la tela que cubría su obra estaban presentes,
Laurien, él e Iris, que por petición de Ángelo había acudido y
que permanecía escondida entre las sombras. La reina profirió un
grito de estupefacción y horror al ver su retrato, y la bandeja que
sostenía Iris cayó al suelo con gran estrépito. Laurien ni se
percató del ruido ni de lo que Iris acababa de hacer. No daba
crédito a sus ojos.
-¡¿Qué
es esto'!- exigió saber, sin poder reprimir su enfado.
-Vuestro
retrato.- contestó Ángelo con total tranquilidad, desafiándola.
-Exijo
una explicación.
-No
hay ninguna explicación valida, señora, vos sois así.
-Por
vuestro bien espero qué arregléis esto.-Y dicho eso salió furiosa
de la habitación. Una vez se hubo marchado Iris salió de su
escondite.
-Pero
Ángelo, ¿qué has hecho?-dijo desolada.- No sabes dónde te has
metido, ¿por qué lo has hecho?
-Tranquila,
todo irá bien-contestó él. Pero nada estaba más lejos de la
realidad.