Querida Julia:
Espero que no sea demasiado tarde para responder a todas tus cartas. En mi defensa diré que no las recibí hace hasta hace un par de meses. Pero también he de confesar que si no las he respondido antes ha sido por pereza, y especialmente, falta de tiempo (organizado), ya me conoces.
Yo estoy bien. Sigo trabajando en la editorial, lidiando con los líos de siempre, encargos que no llegan, errores de impresión, exigencias a última hora... Todo sigue más o menos como siempre. Mucho me temo que estos últimos años he caído un poco en la rutina. Por eso cada vez que puedo intento escaparme de todo eso, con más o menos éxito.
Últimamente, no hago más que volver la vista atrás y recordar todo lo que fue. Como el que parecía un lejano futuro ahora es casi un pasado reciente. Tus cartas no hacen más que confirmarme lo rápido que pasa el tiempo.
Parece mentira que haya pasado ya tanto tiempo desde aquella inolvidable Navidad. Y sin embargo los recuerdos acuden a mi como su hubiese sucedido ayer. Como si fuera ayer cuando corríamos de un lado para otro por la Plaza Mayor hacai el sitio donde creías haber dejado olvidado tu reloj de bolsillo. Aquel condenado reloj estropeado y sin arreglo al que, por alguna razón que aún desconozco, le tienes tanto cariño. Tu, como siempre tan testaruda te negaste a volver a casa sin antes hacer todo lo posible por encontrarlo. Recuerdo cómo la gente nos miraba, los copos de nieve cayendo sobre la plaza, los resbaladizos adoquines que más de una vez nos hicieron tropezar. Y todo para descubrir más tarde que estaba en e bolsillo interior de tu abrigo. La verdad es que, al igual que yo, nunca tuviste una buena memoria a "corto plazo".