(Aclaración por si acaso: un mes después de finalizar este pequeño relato, escribí una versión de este ligeramente diferente que presenté al Certamen de relatos breves de la Facultada de Medicina de la UNEX).
En el hospital se acumulan las horas. Eso lo sabe todo aquel que haya tenido que velar a un familiar o amigo enfermo. Las horas pasan lenta y perezosamente, convirtiéndose en días casi sin darnos cuenta. Pero el tiempo no pasa igual para todos. Hay muchos tipos de espera, la del enfermo que sabe que va a recuperarse, la del que espera poder recuperarse, la del que sabe que sólo queda esperar y la del acompañante que espera a que ocurra una de las 3 anteriores, con una mezcla miedo, esperanza, resignación, impotencia, aceptación a veces, y nerviosismo. Y entre esas 4, hay un sin fin se matices, teñidos con las emociones de aquellos que esperan.
En el hospital se acumulan las horas. Eso lo sabe todo aquel que haya tenido que velar a un familiar o amigo enfermo. Las horas pasan lenta y perezosamente, convirtiéndose en días casi sin darnos cuenta. Pero el tiempo no pasa igual para todos. Hay muchos tipos de espera, la del enfermo que sabe que va a recuperarse, la del que espera poder recuperarse, la del que sabe que sólo queda esperar y la del acompañante que espera a que ocurra una de las 3 anteriores, con una mezcla miedo, esperanza, resignación, impotencia, aceptación a veces, y nerviosismo. Y entre esas 4, hay un sin fin se matices, teñidos con las emociones de aquellos que esperan.
Y eso es lo que hace esa mujer, esperar.
Tal vez no la hayas visto cuando pasaste por el pasillo de la planta para
visitar a tu amigo o familiar enfermo. Es normal, casi no se la ve, está
sentada en una silla junto a la cama, esperando. ¿A qué? No lo sé, simplemente
espera. Y mientras, llena su espera con palabras que escribe lenta y
deliberadamente en un cuaderno de piel moientras la persona a la que vela
duerme. Escribe en su cuaderno, sin emoción
reconocible en el rostro, pero en su interior las emociones bullen con
intensidad. Alegría, tristeza, nostalgia, esperanza, resignación,
aceptación,... Los recuerdos de otros momentos también pasan ante sus ojos
colándose entre las emociones.
De vez en cuando y sin variar su
aparentemente inexpresión, mira a la persona dormida. A veces incluso le toca
brevemente la mano, para al poco tiempo, volver a su espera y a sus
palabras. Cada cierto tiempo llega alguien, que aligera
la espera y descongela el tiempo por unos momentos, para luego volver a la
lentitud inicial una vez que el visitante se ha ido. Entonces la mujer vuelve a
su espera.
Ya son las 8 de la
mañana y la mujer lleva toda la noche sentada en la misma silla, esperando.
Esperando y escribiendo. Ha costado unos minutos, pero por fin las enfermeras
la han convencido. Es hora de volver a casa y dormir en condiciones. Y hasta
entonces las enfermeras y médicos se ocuparán de la persona enferma.
"Váyase a casa unas horas y descanse. Si hay algún cambio la llamaremos". Le dice una enfermera, ya veterana. Así que la mujer recoge
las pocas cosas que ha traído consigo, su bolso, su botella de agua y su
cuaderno, y se marcha. Tal vez si no estuviese estado tan cansada se
habría dado cuenta de que justo en el momento en el que ha abierto la puerta
para salir del hospital, su precioso cuaderno se ha caído al suelo. Pero ha
sido una noche demasiado larga y ya apenas es capaz de mantener los ojos
abiertos.
* * *
Unos minutos más tarde, un médico
residente de digestivo saliente de guardia, sale del hospital con la cama como
destino. Abre la puerta de salida y al momento sus pies se encuentran con
un cuaderno de piel. Extrañado, lo recoge y mira a su alrededor, no hay nadie y
la recepción aún no ha abierto. Así que se encoge de hombros, se lo mete bajo
el brazo y sigue andando. Mañana lo devolverá a Objetos Perdidos, ahora está
tan cansado que duda encontrar Objetos Perdidos.
El joven se mete en el metro y se sienta en uno de los asientos a esperar al tren. "10 minutos para el próximo tren",
rezaba el panel informativo. El joven residente suspira con resignación.
Entonces el joven fija su atención en el cuaderno que acaba de encontrar. Es un
cuaderno simple y a la vez muy bonito, de media cuartilla de tamaño y con
las tapas forradas en piel oscura, casi negra. Apenas tiene unas páginas
escritas, 10 como mucho. Las esquinas están reforzadas
con un metal dorado grabado con delicadas filigranas. El lomo presenta un par
de líneas ligeramente hondadas en la piel, de medio centímetro de ancho, una
arriba y otra abajo. La tapa de delante tiene como única decoración el contorno
dorado de un rectángulo. Por detrás es totalmente liso.
Lo sostiene entre sus mano, preguntándose
de quién será, qué habrá escrito en él. En la tapa no pone nada, ni nombre ni
ninguna otra cosa que pudiese aportar ninguna información sobre su
contenido. La curiosidad va aumentando. Sus manos titubean, y el joven
mira indeciso la tapa, sin saber si abrir o no el cuaderno. No debería...