7 de junio
El eco de los recuerdos resuena en cada maldita esquina y la sombre de los que fue persigue cada hálito de luz que consigo crear hasta quedarme en la oscuridad. Preguntándome cómo demonios, sabiendo qué iba a pasar, no supe reaccionar en consecuencia, ¿cómo volví a ser tan ingenua de creer en algo más que en mi misma? ¿Cómo pude caer de nuevo en la misma mentira?
¿Y sabes qué? ¿Sabes qué es lo peor? Que aquí, entre la oscuridad y el dolor que cada día me atosigan, está creciendo algo nuevo. Un nuevo sentimiento mucho más fuerte y peligroso que la tristeza que hasta hoy me envuelve. Algo empieza a arder en esta oscuridad y no es cálido ni suave, y cada vez me es más complicado mantenerlo a raya. Va creciendo poco a poco, alimentándose de mis lágrimas, ganando terreno, sin pausa, sin piedad, sin consideración.
Y va a por ti.
Corre.
Corre, porque yo ya no puedo detenerlo y... sinceramente, creo que tampoco tengo claro que quiera pararlo.
Corre, porque no tendrá piedad.
Corre, porque una vez te alcance no parará hasta que no experimentes el frío y el dolor que habita este pozo.
Más vale que corras porque no parará hasta que, con lágrimas en los ojos, pidas clemencia y sientas la desesperación al saber que nada ni nadie te escucha.
Huye, porque no parará hasta que desees con toda tu alma que ese sufrimiento acabe y este no cesará hasta que comprendas cómo me he sentido yo... por ti. Por tu causa.
Sé que prometí calma y no tormenta, pero ya he sido bastante buena. He querido evitarlo, créeme, pero ya no me quedan más fuerzas para defenderte. Así que, corre.
Te está buscando y yo le voy a dejar pasar aunque ello me consuma en el proceso.
Como tú, nunca quise que pasara de esta manera, pero a veces las buenas intenciones nos explotan en la cara causando más daños de los que pretendíamos evitar.
Así que, corre.
¡CORRE!