“Cuando te
encuentras en la cúspide de la vida no contemplas la opción de caer, y por eso la
caída es siempre tan dura.”
El gigante se
enfrentó a su diminuto enemigo con todo su arsenal. Puso en juego todo su
conocimiento, habilidades y avances tecnológicos. Todo para poder salvar a su
semejante. Batalló durante largos días con sus más largas noches. Pero nada
parecía ser suficiente. Por cada pequeña victoria, por cada hora de calma que
el gigante conseguía arrancarle a su enemigo, este respondía con intensas
oleadas de sufrimiento.
Todos sus
esfuerzos fueron en vano. Y la vida de su amigo continuó apagándose
progresivamente sin que él pudiese hacer nada al respecto, salvo permanecer a
su lado, acompañando. Y tras una larga lucha, el corazón de su amigo dejó de
latir. Y un pesado silencio y vacío se apoderaron del gigante.
¿Cómo un ser
tan pequeño, en todos los aspectos, podía llegar a matar a un gigante? A pesar
de todos sus conocimientos adquiridos y avances tecnológicos, ¿cómo era posible
que se encontrasen tan indefensos ante este nuevo y diminuto enemigo? Y por
primera vez en mucho tiempo, David vencía a Goliat.
“Nada de lo
que poseemos actualmente parece servir contra ellos” reflexionó el
médico. “Tendremos que luchar con lo poco que tenemos y rezar para que sea
suficiente”. Se acercó a la ventana de la habitación del hospital y observó su
ciudad. A sus pies, varios metros más abajo, el resto de la población
continuaba con su bulliciosa rutina ajena a la gran guerra que se
avecinaba.