Bienvenidos a este pequeño rincón de imaginación, magia y una pizca de locura. Para quienes se pregunten quién soy, soy una enamorada de la vida y la lectura, con mil sueños y delirios de escritora. ¿Qué vais a encontrar aquí? Todo lo que te puedes encontrar, precisamente, entre las páginas de un libro: historias, fotos, dibujos, recuerdos, reflexiones, susurros de otros tiempos, un poco de poesía, alguna sátira,… y, escondida entre las letras, un poco magia.

Así que no os quedéis en la portada, pasad y disfrutad de vuestro viaje por este mundo Entre las páginas de un libro.


lunes, 6 de marzo de 2017

El alpinista


"La belleza es la única parte visible del espíritu."

La joven periodista entró en la habitación acompañada tan solo de su libreta y su teléfono móvil. Dentro estaba la esperaba Daniel Harris, el famoso alpinista.

-          Jenna- saludó el joven.

La periodista estrechó la mano que le tendía con una sonrisa. Acto seguid tomó asiento frente a él, dejó su cuaderno de notas a un lado y encendió la grabadora de su teléfono, como de costumbre. Y tras dejar el móvil sobre les cuaderno, se volvió hacia Daniel.  No era ni la primera, ni la segunda vez que Jenna entrevistaba al alpinista  y eso se veía a primera vista. La entrevista parecía más bien una agradable y amena conversación entre dos amigos, cosa que Daniel agradecía enormemente. En los últimos años había tenido que ofrecer innumerables entrevistas, todas iguales, siempre las mismas preguntas, los mismos comentarios, las mismas respuestas. Por eso era tan agradable ser entrevistado por Jenna. La joven periodista no se preocupaba por tomar notas, ni miraba el guión que sus jefes le habían preparado para la ocasión. La conversación era grabada y más tarde transcrita. Sus artículos siempre eran bien recibidos y siempre objetivos, evitando audazmente opiniones y comentarios subjetivos de los que otros periodistas habrías sacado oro puro.

Las preguntas de la periodista le hicieron recordar sus inicios en el mundo del alpinismo a los 8 años, de la mano de su padre, y al mundo de la fama hacía tan solo 4 años. En ese tiempo había coronado en tiempo récord, un nada desdeñable número de picos. Nombres como el Mont Blanc, el Naranjo de Bulnes, el Kilimanjaro, o el Annapurna, no eran más que una pequeña muestra de su cada vez más grande colección de picos. 

-          Y qué hay de la sensación de coronar un pico ¿Qué sientes al subir una montaña? ¿Qué es lo que más te gusta de subir a un pico?

-          La adrenalina. - Respondió enseguida.- Esa sensación de poder, de que puedes lograrlo todo. Me encanta la satisfacción de superar cada reto que la Naturaleza me plantea, derrotarla en cada enfrentamiento, desvelar sus secretos... Y sobre todo esa sensación de tener el mundo entero a mis pies... Te sientes como el rey del mundo.

-          ¡Guau! Dicho así, dan ganas de ponerse las botas y salir a la aventura- rió Jenna.- Tal vez algún día de estos lo intente.

-          Yo te llevaría, pero ¿serías capaz de aguantar hasta el final? No te veo yo con una mochila a los hombros subiendo y bajando montañas, eeeh. - comentó el alpinista entre risas.

-          Es posible que necesitase una buena temporada de puesta a punto, pero seguro que después de eso no habría cumbre que se me resistiese. Fijo. -Dijo Jenna con cómica convicción. 

Ambos acabaron riéndose de sus propias tonterías. Unos minutos después Jenna tomaba aire para calmarse y siguir con la entrevista. 
-          Entonces para ti, el alpinismo, no es más que una hazaña, un reto físico, ¿no?

-          Sí… A ver, no es lo único que me motiva a subir un pico, el viaje en sí también bien es bonito, conoces gente diferente, sitios... Pero verás, solo tenemos esta vida, vivimos para descubrir los secretos de este mundo, el resto puede esperar.

La conversación continuó con el mismo tono desenfado, hasta que 45 minutos más tarde, Jonh, él amigo y representante de Daniel se asomaba a la habitación para avisar a Jenna de que tan solo le quedaban 5 minutos de entrevista.
   -   Vaya, esta vez sí que se nos ha ido de las manos -comentó con una sonrisa.- Me vas a perdonar pero voy a tener que tirar de guión para terminar, o mi jefe me pondrá de nuevo a escribir columnas. - Daniel asintió con la cabeza, y en un par de segundos la periodista escogió una pregunta de entre las cientos que le habían preparado.
-       -   Ya para terminar,  Daniel, qué harás por tu 25 cumpleaños, ¿cómo vas a celebrarlo esta vez?
El joven alpinista esbozó una sonrisa gatuna.

-       -   Por todo lo alto... en el Everest.




* * *


           Hacía 2 meses y medio que el alpinista había llegado a Nepal. Durante todo ese tiempo, se había estado entrenando, aclimatándose, preparándose para la hazaña que le esperaba. Casi 3 meses después su cuerpo ya estaba más que acostumbrado a las duras condiciones del Himalaya. Estaba más que preparado para comenzar su ascenso.

            Daniel llegó al campamento base a las 5 y media de la mañana justo cuando el sol comenzaba a despuntar tras las blancas cumbres del Himalaya. Sin embargo no se paró ni un minuto para contemplar la escena. Tenía todo un camino por delante y no había tiempo para parase en detalles sin importancia. Miró al sherpa, y comenzaron el ascenso. Caminaban con determinación y a paso ligero.

            A Daniel le habría encantado ir solo, pero era consciente de que en esa parte del mundo necesitaría la ayuda de otros si quería, ya no solo subir al techo del mundo, sino si quería volver de él. Así que había contratado a un grupo reducido de alpinistas profesionales con los que hacer el ascenso. Todo estaba medido al milímetro para que no faltase nada, pero también para que ningún carga extra les retrase. Incluso tenían un estricto horario, cada descanso estaba cronometrado, a cada etapa le correspondía un tiempo determinado. Todo estaba perfectamente estudiado para conseguir llegar a la cima del Everest de forma no solo segura, sino rápida. Porque ese era uno de los objetivos, coronar la montaña en un tiempo récord.  Y para que quedase constancia de todo el ascenso, Daniel llevaba una pequeña cámara multiaventura sujeta al pecho con un arnés especial.

            A medida que iban subiendo las condiciones se fueron haciendo cada vez más duras. Comenzó a soplar el viento, primero suavemente, luego cada vez con más fuerza. La nieve no tardó en aparecer, y poco a poco los llamativos equipos del grupos de montañeros empezaron a teñirse de blanco. Se habían asegurado de escoger un día con buena meteorología, pero todos sabían que en la montaña el tiempo es muy caprichosos y puede cambiar de repente. La nieve podía caer todo lo que quisiera, ellos iban preparados para todo. No cederían ante las inclemencias de la Naturaleza, no detendrían su paso.
           Sin embargo, hay veces que por muy preparado que se vaya, hay que tener la prudencia de abandonar. A veces una retirada a tiempo es una victoria. Pero el equipo de alpinistas no parecía creer que hubiese llegado aún ese momento, y menos todavía Daniel Harris. El joven apretaba los dientes y miraba con fiereza y determinación hacia arriba. Nada iba a impedirle cumplir su sueño. Si la temperatura bajaba el se movería más rápido para entrar en calor, si el viento soplaba con fuerza contra él agacharía la cabeza y seguiría caminando. Y si la nieve se negaba a cederle el paso, él pisaría con más fuerza. Nunca antes se había rendido ante la crudeza de la Naturaleza, no iba a empezar ahora. Le arrancaría este último secreto antes de volver a casa. Coronaría a la madre de todas las montañas.

            Entonces, el fuerte viento se transformó en una furiosa ventisca. La nieve comenzó a caer con violencia y de forman copiosa impidiendo que los alpinistas pudiesen ver apenas a un par de metros de donde estaban. El viento rugía con fuerza empujando a los alpinistas, haciéndoles tambalearse. Daniel escuchó de fondo a sus compañeros gritar, pero cuando alzó la vista solo vio blanco. Buscó desesperado a su equipo, describiendo movimientos cada vez erráticos. No podía acabar así, tenía que seguir luchando. No se rendiría. Jamás. La Naturaleza no le apartaría de su objetivo, de un manera y otra, un día y otro lo conseguiría.

            La ventisca no cesó en ningún momento. Entonces el joven alpinista dio un paso en falso y cayó de bruces al suelo. De nuevo creyó oír una voz, pero no entendía lo que decía. Esta vez era completamente diferente. Sonaba como las olas al romper contra los acantilados, como el rugir de un tornado, como el retumbar de los terremotos, como los truenos en las noches de tormenta. Daniel alzó la mirada y al momento se le heló la sangre. Hacia él, a una velocidad de vértigo se dirigía una manta de nieve. Un alud. El alpinista solo tuvo tiempo de cerrar los ojos. "Por favor". Fue lo último que pensó antes de ser engullido por la avalancha.

            "... Hasta que aprendas a valorarme..." Le pareció entender cuando, por fin, el mundo dejó de moverse. Y de nuevo cayó inconsciente.

            Cuando despertó todo estaba oscuro, y el miedo lo invadió. Intentó moverse, o al menos incorporarse. Pero enseguida fue consciente de que kilos de nieve se extendían sobre él. Era un milagro que no le hubiesen aplastado. No podía creer que siguiese respirando. Pero tras unos minutos que se le hicieron horas, casi empezó a desear haber muerto. Empezó a ser consciente de su precaria situación, estaba atrapado en una pequeña cámara de nieve, a una temperatura muy inferior a 0º. El frió empezaba a morderle sin piedad las dedos de manos y pies, las orejas y la nariz. Empezaba a congelarse. Pensar en ello le hizo agitarse, y comenzó a hiperventilar. Al momento notó un punzante dolor en su costado. Seguramente tenía fracturas unas cuantas costillas. Y hacía rato que no notaba la pierna izquierda. Seguramente estuviese rota. Daniel gritó con todas sus fuerzas toda la frustración, el agobio y, sobre todo, el miedo que sentía. Acto cerró los ojos con fuerza y las lágrimas rodaron por sus mejillas. Estaba atrapado. No podía moverse y aunque pudiese, no le serviría de nada, no había salida. Notaba la nieve rodeando cada centímetro de su cuerpo en un helador abrazo. Moriría allí. Ese pensamiento hizo que derramese más lágrimas.
Pero lo peor era la oscuridad, total y absoluta. Casi parecía que la muerte le observaba mientras agonizaba, esperando sin prisa al momento justo para llevárselo. En ese instante deseó creer. Creer que encontraría algo más allá, que alguien le estaría esperando... Pero se sentía más solo que nunca. Soledad y oscuridad. Ambas engullían todo a su paso, aplastándole casi más que la nieve.


           Quiso poder dormir hasta que llegase su hora, pero ni siquiera podía abandonarse en los brazos de Morfeo, porque cada vez era más consciente del dolor que atenazaba sin piedad todo su cuerpo. ¿Cuánto le quedaría? Se preguntó angustiado. ¿Cuánto más tendría que sufrir? Ya solo quería descansar… Volvió a caer inconsciente. Durante las horas siguientes el alpinista entró y salió de inconsciencia, mezclando los sueños con la realidad. Soñando que volvía a estar en casa durante unos deliciosos instantes, para momentos más tarde, chocarse con la abrumadora realidad. Y en ese estado de delirio, creyó oír una segunda voz, muy diferente a la anterior. Misteriosa, insondable, y de alguna manera, reconfortante. La voz habló pero ningún sonido rompió el pesado silencio, y sin embargo se oía con perfecta claridad. No reconocía nada de lo que oía o creía oír y sin embargo, todo parecía tener sentido. Y lo más importante, por un tiempo dejó de sentirse solo.

* * *


           Jenna entró en la habitación 634. Daniel estaba recostado en su cama, mirando por la ventana sin ver realmente nada.
-          ¿Vienes a responder las dudas de los tabloides?- preguntó Daniel con hastío y malhumorado. No habían sido pocos los periodistas de diferentes periódicos y revistas que se habían agolpado ante su puerta con la intención de arrancarle algún nuevo dato sobre su accidente. Y aunque hacía un par de días que los médicos le habían dado permiso para recibir visitas, él se había negado a recibirles.

-          No. Vengo en calidad de amiga.

-          No sabía que habíamos llegado a ese punto en nuestra relación –dijo antes de empezar a toser repetidamente.

Jenna a su vez se acercó a la mesita junto a la cama, llenó el vaso con el agua de la botella que había al lado y se lo ofreció a Daniel, que lo cogió sin dejar de toser. Una vez hubo calmado su tos, cogió aire mientras cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia atrás.
-          No está mal la habitación, -comentó Jenna desenfadamente mirando a su alrededor- recuerdo cuando mi hermana tuvo un bebé, su habitación era minúscula.

Al ver que Daniel seguía sin mirarla, continuó hablando. Esta vez fijó su mirada en el joven alpinista.
- ¿Cómo te encuentras? …Bueno –sonrió ante lo absurdo de su pregunta-…supongo que es una pregunta un tanto estúpida. Quiero decir, no tienes muy buen aspecto, pero...

-          ¡¿Y qué esperabas?! –cortó el bruscamente- He pasado 5 horas sepultado bajo la nieve, con una pierna y una muñeca rota, y 3 costillas fracturadas, ¿cómo esperas que esté?- Escupió.

-          Fastidiado.

Jenna empezaba a hartarle, no dejaba de hablar por hablar sin decir nada, y lo peor de todo es que no le dejaba descansar.

-          Jenna –dijo intentando controlar su mal genio- ¿qué puñetas quieres?

-          Una sonrisa no estaría mal, la verdad. – dijo muy seria.- He venido a verte, a ver qué tal estabas. Sé que estás fastidiado, y todo lo que tú quieras, pero…¡al menos podrías mirarme a la cara mientras te estoy hablando! ¡Joe Danny! ¡Que he venido a verte! Que es más de lo que se puede decir de esa panda de imbéciles que ha acampado a la puerta de tu habitación.

Daniel seguía sin mirarla. Mantenía la mirada fija en la pared que tenía enfrente, como si intentase averiguar cuanto tiempo tendría la macha marrón que había junto al televisor.

-       -   Vale. Si lo único que vas a decirme es eso, me leo el periódico y me ahorro el viaje. –Dijo poniéndose de nuevo su abrigo mientras se dirigía hacia la puerta.

-     -     Jenna. – Dijo el alpininista cuando la joven ya había empezado a girar el picaporte.- Espera… por favor.

Ella soltó el pomo de la puerta y se volvió hacia el expectante. Le observó mientras enterraba su cara entre sus manos y se refregaba los ojos con cansancio. Suspiró.

-    -      Lo siento. Yo… no tengo excusa. Perdona.- Mientras hablaba, Jenna se quitó el abrigo y comenzó a avanzar de nuevo hacia la cama.- Llevo aquí ni sé ya cuántos días, y me estoy volviendo loco. No puedo dormir por las noches, me duele al respirar, cuando cierro los ojos vuelvo a ver la avalancha…y luego la oscuridad.

El joven alpinista volvió a enterrar su cara entre sus manos, esta vez durante más tiempo.
-     -     Tranquilo- susurró Jenna junto a él mientras le ponía una mano sobre el hombro.- No hace falta que me lo cuentes.

Daniel levantó la cabeza. Su cara era una máscara de cansancio con pinceladas de miedo.
-    -      No sabes lo que es estar al borde de la muerte, no así… no allí. La oscuridad, la soledad… te aplastan casi más que la propia nieve. Y el frío… parece que la nieve te va mordiendo poco a poco, quitándote poco a poco el calor… pensé que iba a morir. Incluso me pareció oir…

-    -      Danny, tranquilo ahora estás aquí. No hace falta que le des más vueltas.- Dijo la periodista mientras se sentaba en el borde de la cama. Entonces pareció que el alpinista volvía del Himalaya y se volvió hacia ella. Esta vez su expresión era algo más relajada.

-      -    Gracias por venir. De verdad.

Jenna sonrió.
-     -     Para eso estamos.
Estuvieron conversando cerca de media hora más, antes de que las enfermeras regresasen a comprobar que todo estaba en orden y a cambiarle las vendas. La joven salió de la habitación. Volvería mañana, le había asegurado a Danny. Al salir, los periodistas que estaban esperando en el pasillo se recobraron de su fase de aletargamiento y empezaron a rodearla intentando sonsacarle algún detalle sobre el estado del alpinista. Ella simplemente pasó de largo.

* * *

Dos semana más tarde, Daniel ya estaba en su casa. Estaba con Jonh tomando un café cuando alguien llamó a la puerta. Fue Jonh el que abrió la puerta.
-          Hola Jenna. ¿Qué tal?- la saludó sonriente mientras ella pasaba a la casa.

Durante el tiempo que Daniel había estado en el hospital, el representante del joven y la periodista habían tenido bastante tiempo para hablar entre ellos y ahora podía decirse que eran amigos. Es curioso como a veces los accidentes acercan a personas que de otro modo, nunca se habrían conocido.
-          Así que muletas, ¿eeeh? ¿Cómo llevas eso de no poder moverte? – Preguntó Jenna divertida al ver a Daniel.
-         No se lo deseo ni a mi peor enemigo - contestó el alpinista con una sonrisa torcida.

           Los temas de conversación se fueron sucediendo. Las tazas de té fueron rellenadas más de una vez, y la bandeja de scones se vació por 2 veces. El tiempo fue pasando poco a poco sin que los 3 amigos fuesen conscientes de ello. 

-          Me pregunto cuánto tiempo tendré que esperar antes de volver a ponerme las botas…

Jenna no daba crédito a lo que oía, no sabía si reírse o tomarse en serio la pregunta de su amigo.
-          ¿No acabas de salir del hospital y ya piensas en volver a la montaña? – preguntó atónita. Él sonrió.

-          Es mi vida, lo que hago. La Naturaleza me ha tirado, sí, pero no me a rematado, aquí sigo. Ha sido una experiencia muy dura, y sin duda tardaré en volver a la nieve y más aún al Himalaya. Pero me niego a dejarlo después del accidente. Lo siento, pero no me verás con un traje detrás de un escritorio, no mientras pueda evitarlo.


        Entonces Jenna se fijó en la cámara multiaventuras que el alpinista había llevado al Everest.
-          ¿Ya la has visto?- quiso saber.

-          Aún no- mintió él.

Hacía un par de noches, cuando aún estaba en el hospital, Daniel había intentado revivir aquel fatídico día, pero cuando la avalancha le alcanzó apagó el vídeo. Unas horas más tarde volvió a intentarlo. Pero esta vez adelantó la película hasta el momento en el que empezaba a ser consciente de su situación y aguardaba un rescate que no sabía si llegaría. Escuchó a duras penas, su respiración forzada, sus sollozos, pero no oyó nada más. En ningún momento escuchó ninguna palabra ni ningún otro sonido que no saliese de su boca.

-          ¿Y eso?-  preguntó Jonh. El alpinista tardó un par de segundos en responder.

-          Ya tuve bastante con una vez. Volver a revivirlo ello…

-          Está bien. Es normal- Dijo Jonh dejando la cámara en su sitio. Sin embargo unos segundo más tarde Daniel pareció cambiar de opinión.

-          Ponla

-          ¿Cómo dices?- preguntó Jonh sin comprender. Pero Daniel ya se había adelantado, había cogido la cámara y se dirigía hacia televisor.

-          Quiero que veáis una cosa- dijo mientras conectaba con cables correspondientes.

-          ¿Estás seguro?- preguntó Jenna.

-          Sí, creo que sí

Las imágenes se veían desde la perspectiva del joven alpinista que había llevado todo el rato la pequeña cámara pegada al pecho. Daniel les mostró el principio de la película, la subida, la ventisca, cada vez más fuerte. Y de repente, la avalancha. En ese momento el joven presiona un botón del mando y el sonido desaparece a la vez que el vídeo comienza a ir más deprisa. Jonh y Jenna se limitan a seguir mirando la pantalla mientras escuchan las explicaciones de su amigo sobre lo que están viendo. Entonces, en el minuto 275 y 42 segundos, Daniel presiona otro botón y la película vuelve a su ritmo normal. Lo único que se ven en la pantalla es la oscuridad del espacio mínimo en el que se vio confinado durante más de 5 horas.

-          Aquí. –murmuró para sí.- ¿Oís algo? –preguntó volviendo la cabeza hacia Jenna y Jonh.

-          Solo tu respiración.- respondió la joven mientras Jonh negaba con la cabeza.

-          ¿Se supone que hay que oír algo?- preguntó Jenna con cautela.

-          No, no… yo… sé que puede sonar absurdo... - Daniel sintió las miradas interrogantes de sus amigos que le miraban alternativamente a él y a la pantalla, sin comprender.- Simplemente que en ese momento lo único que oía era el latido de mi corazón,- improvisó el alpinista- tan alto que casi pensaba que podría oírse el eco… Parece que todo estaba en mi cabeza.

  Si Jenna o Jonh estaban sorprendido o extrañados por la respuesta de del alpinista, no dieron muestra de ello. Apagaron el televisor y la tarde continuó agradablemente. Al poco tiempo, 2 compañeros de escalada de Daniel se unieron a la velada.


       Ya entrada la noche, una vez que todos sus invitados se hubieron ido, Daniel se sentó en su sofá y de nuevo encendió el televisor. La cámara seguía conectada a la tele, emitiendo una imagen negra donde solo destacaba los números en blanco que marcaban el tiempo de vídeo transcurrido. “Parece que todo estaba en mi cabeza”.

* * *

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       Atravesando el desfiladero de los Vellos, por una carretera de montaña a través de bosques y montañas se llega a la base del Jario. Allí es hacía donde se dirigía Daniel Harris para retomar su actividad como alpinista profesional. Siguiendo el consejo de Jenna, había decido empezar por un sitio conocido, que de alguna manera fuese especial. Y el Jario era perfecto para la ocasión. Fue la primera montaña que subió, cuando tenía solo 8 años, e iba de la mano de su padre. Hacía mucho de eso. Ahora en lugar de un niño de vivaces ojos curioso, se alzaba a los pies de la montaña un joven de 25 años con férrea determinación en la  mirada. Hubiese elegido una empresa un poco más complicada, más a su altura y significase un reto para él. Pero sus amigo habían insistido: nada de grandes hazañas ni grandes riesgos, solo un paseo por la montaña. El alpinista había puesto los ojos en blanco, pero a regañadientes había aceptado.
            Y así, empezó a subir, con paso ligero y mirada al frente. No tardaría más de unas 5 horas en subir y bajar. Y entonces podría ponerse a estudiar nuevos objetivos, a pensar en nuevas cimas, más altas y ambiciosas. Tal vez no tardase en volver a intentar el "asalto" al Everest...

            Entonces sus pies tropezaron con una raíz, y trastabilló unos pasos antes de recuperar el equilibrio. ¡Maldita raíz! Unos metros más allá la maleza comenzaba a crecer comiéndose poco a poco el camino. Daniel empezó a creer que aquello no había sido buena idea. Acto seguido su chaquetilla se enganchó con una rama, haciéndole un pequeño agujero al tejido. El alpinista maldijo en alto. Definitivamente no tenía que haber venido. Este sitio estaba totalmente abandonado, las zarzamoras apenas habían dejado un metro libre de ancho en el camino, los pueblos de alrededor estaban todos abandonados,... Y para colmo su geolocalizador de montaña se había quedado sin batería. Lo mejor sería acabar esto cuanto antes. Subir a la cima, hacer la foto que sus amigos le habían exigido como prueba y marcharse.

            Volvió a reiniciar la marcha con renovada determinación. A los pocos instantes el viento empezó a soplar en su contra haciendo que su subida fuese más costosa. El alpinista apretó los dientes con irritación. Definitivamente ese no era su día. Siguió subiendo, pero los tropiezos cada vez fueron más frecuentes. Las piedras sobre las que apoyaba su pie, bailaban cuando ponía su peso sobre ella, las raíces parecían levantarse del suelo para hacerle tropezar, y casi habría jurado que las zarzas si inclinaban hacia delante para impedirle el paso. Era realmente frustrante, ¡Cómo pudieron alguna vez gustarle los Picos de Europa! No eran más que unas cuantas montañas arrejuntadas entre sí, con un par de bosques entre ellas, y que en nada podía compararse a parajes como el de los Pirineos, los Alpes, y ni mucho menos el Himalaya.

-     ¡Maldita sea! ¡Otra vez! -exclamó con enfado el alpinista. Por enésima vez su ya agujereada chaquetilla se había enganchado entre las zarzas. El viento volvió a soplar con fuerza, esta vez llevando consigo unas gotitas de la ya próxima tormenta. Respiró hondo, y tiró con fuerza. Al momento su prenda de soltó y Daniel dio 2 pasos para atrás, antes de que una raíz que no recordaba haber visto al pasar le hiciese perder el equilibrio definitivamente. Cayó de espaldas cuan largo era, y su cabeza dio con la tierra. El impacto le hizó expulsar de todo el aire de sus pulmones.


            Y desde el suelo, con la mirada perdida en el cielo azul-grisáceo oyó silbar al viento de una forma muy similar que hacía unos meses, sonando como una tormenta, como un vendabal. "... hasta que no aprendas a valorarme..."
            Daniel Harris se quedó de piedra. Permanció tirado en el suelo sin saber qué pensar. Su mente era un remolino de imágenes, de recuerdos, de sensaciones, de pensamientos, de palabras no habladas,.. Y así, tumbado en el suelo, estuvo unos minutos mirando al cielo . Hasta que de repente el cantó de un pequeño petirrojo le sacó de ensimismamiento. Se incorporró y lo vio piando alegremente sobre una ramita de las zarzas, a pocos metros de donde estaba él. El alpinista se quedó muy quieto por miedo a espantarlo, y se preguntó cómo algo tan pequeño y aparentemente delicado podía habitar en un lugar como aquel. Se quedó quieto escuchando su canción, fijándose en cada pluma. Entonces el petirrojo pareció cansarse de ese lugar y alzó el vuelo sin ningún esfuerzo. El joven se levantó a su vez. Y una vez en pie, miró, por fin a su alrededor y quedó maravillado. El paisaje entre estaciones empezaba a cambiar sus verdes esmeralda por oros, ocres y bronces. Las zarzamoras, de hojas verdes amoratadas aportaban un bonito contraste al camino con sus rojas moras. El alpinista, casi de forma inconsciente reanudó su marcha. Y sin darse cuenta empezó a subir montaña arriba. Esta vez sus pies no se encontraron ninguna roca o raíz que entorpeciese su camino. Esta vez las zarzas se echaban a un lado para dejarle paso y el viento dejó de soplar en su contra para hacerlo a su favor, impulsándole a subir. Pero Daniel no fue consciente de nada de eso, sus ojos no miraban el camino, sino todo lo que le rodeaba, los castaños con sus hojas tricolor, el musgo formando un mullido manto en cada roca, los líquenes que crecían en cada rama, los saltamontes, los pajaritos que revoloteaban por allí, el valle que poco a poco iba quedando a sus pies. 
     
       Por fin, y casi sin haber sido consciente de su subida, el joven alpinista llegó a la cima. Y al contemplar todo lo que se extendía ante él, bajo sus pies, perdió el aliento. Cayó de rodillas sin dejar de mirar a su alrededor. 
"...hasta que aprendas a valorarme..." 
Cuantas veces había escalado una montaña sin parar a contemplar lo que desde lo alto se veía. Cuantas veces se había fijado más en el tiempo que marcaba su cronómetro en lugar de disfrutar de la vista que "solo" le había sido concedida a los pájaros. ¿Cómo no puedo percatarse antes de nada de eso? Rió ante su ignorancia. El joven se levantó de nuevo, y el viento le revolvió el pelo. Cerró los ojos deleitándose con esa nueva sensación de felicidad y plenitud que le llenaba. Al abrirlos, vio frente a él cómo los alimoches jugaban con el viento. Entonces el alpinista abrió los brazos como si fuesen alas.Sin haber sido consciente había olvidado lo que de pequeño conocía tan bien, y ahora por fin recordaba lo que significaba llegar a la cumbre. ¡Qué sensación tan maravillosa! Lanzó un grito de júbilo, comprendiendo tantas cosas de pronto. Siendo consciente de lo pequeño que era en realidad y de lo alto que había subido. Esta vez no se sintió "el rey del mundo"como otras veces, sino sencillamente parte de él. 


      Es difícil que uno no pueda sentirse parte de la naturaleza y del mundo estando en una cuidad. Cuando se vive donde hemos arrasado hasta con el más pequeño ápice de naturaleza. Es difícil sentirla como lo que es, una parte de inherente de nosotros. 

Pero todo que aquel que haya subido a una montaña, que haya atravesado un valle, que haya paseado por un bosque con el corazón abierto, sin más objetivo que el de disfrutar, sabe qué sintió el alpinista. Esa sensación de libertad y alegría que te invade al sentir que perteneces a un lugar tan extraordinario hermoso, y la satisfacción de poder estar allí para contemplarlo.

      El alpinista siguió mirando maravillado el paisaje durante mucho tiempo, mientras el suave viento le acariciaba la piel, mientras sus ojos se empapaban ante lo que tenía delante.

      "¿Lo entiendes ahora?" preguntó entonces una voz que creyó oír una vez en sueños. Y el alpinista entendió.




"Vivimos solo para descubrir la belleza, todo lo demás puede esperar"



FIN





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