"La belleza es la única
parte visible del espíritu."
La joven periodista entró en la
habitación acompañada tan solo de su libreta y su teléfono móvil. Dentro estaba
la esperaba Daniel Harris, el famoso alpinista.
- Jenna-
saludó el joven.
La periodista estrechó la mano que
le tendía con una sonrisa. Acto seguid tomó asiento frente a él, dejó su
cuaderno de notas a un lado y encendió la grabadora de su teléfono, como de
costumbre. Y tras dejar el móvil sobre les cuaderno, se volvió hacia Daniel.
No era ni la primera, ni la segunda vez que Jenna entrevistaba al
alpinista y eso se veía a primera vista. La entrevista parecía más bien
una agradable y amena conversación entre dos amigos, cosa que Daniel agradecía
enormemente. En los últimos años había tenido que ofrecer innumerables
entrevistas, todas iguales, siempre las mismas preguntas, los mismos
comentarios, las mismas respuestas. Por eso era tan agradable ser entrevistado
por Jenna. La joven periodista no se preocupaba por tomar notas, ni miraba el
guión que sus jefes le habían preparado para la ocasión. La conversación era
grabada y más tarde transcrita. Sus artículos siempre eran bien recibidos y
siempre objetivos, evitando audazmente opiniones y comentarios subjetivos de
los que otros periodistas habrías sacado oro puro.
Las preguntas de la periodista le
hicieron recordar sus inicios en el mundo del alpinismo a los 8 años, de la
mano de su padre, y al mundo de la fama hacía tan solo 4 años. En ese tiempo
había coronado en tiempo récord, un nada desdeñable número de picos. Nombres
como el Mont Blanc, el Naranjo de Bulnes, el Kilimanjaro, o el Annapurna, no
eran más que una pequeña muestra de su cada vez más grande colección de picos.
- Y
qué hay de la sensación de coronar un pico ¿Qué sientes al subir una montaña?
¿Qué es lo que más te gusta de subir a un pico?
- La
adrenalina. - Respondió enseguida.- Esa sensación de poder, de que puedes
lograrlo todo. Me encanta la satisfacción de superar cada reto que la
Naturaleza me plantea, derrotarla en cada enfrentamiento, desvelar sus secretos...
Y sobre todo esa sensación de tener el mundo entero a mis pies... Te sientes
como el rey del mundo.
- ¡Guau!
Dicho así, dan ganas de ponerse las botas y salir a la aventura- rió Jenna.-
Tal vez algún día de estos lo intente.
- Yo
te llevaría, pero ¿serías capaz de aguantar hasta el final? No te veo yo con
una mochila a los hombros subiendo y bajando montañas, eeeh. - comentó el
alpinista entre risas.
- Es
posible que necesitase una buena temporada de puesta a punto, pero seguro que
después de eso no habría cumbre que se me resistiese. Fijo. -Dijo Jenna con
cómica convicción.
Ambos acabaron riéndose de sus
propias tonterías. Unos minutos después Jenna tomaba aire para calmarse y
siguir con la entrevista.
- Entonces
para ti, el alpinismo, no es más que una hazaña, un reto físico, ¿no?
- Sí…
A ver, no es lo único que me motiva a subir un pico, el viaje en sí también
bien es bonito, conoces gente diferente, sitios... Pero verás, solo tenemos
esta vida, vivimos para descubrir los secretos de este mundo, el resto puede
esperar.
La conversación continuó con el
mismo tono desenfado, hasta que 45 minutos más tarde, Jonh, él amigo y
representante de Daniel se asomaba a la habitación para avisar a Jenna de que
tan solo le quedaban 5 minutos de entrevista.
- Vaya, esta vez sí que se nos ha ido
de las manos -comentó con una sonrisa.- Me vas a perdonar pero voy a tener que
tirar de guión para terminar, o mi jefe me pondrá de nuevo a escribir columnas.
- Daniel asintió con la cabeza, y en un par de segundos la periodista escogió
una pregunta de entre las cientos que le habían preparado.
- - Ya
para terminar, Daniel, qué harás por tu 25 cumpleaños, ¿cómo vas a
celebrarlo esta vez?
El joven alpinista esbozó una sonrisa gatuna.
- - Por
todo lo alto... en el Everest.
Hacía 2 meses y medio que el alpinista había llegado a Nepal. Durante todo ese tiempo, se había estado entrenando, aclimatándose, preparándose para la hazaña que le esperaba. Casi 3 meses después su cuerpo ya estaba más que acostumbrado a las duras condiciones del Himalaya. Estaba más que preparado para comenzar su ascenso.
Daniel llegó al campamento base a las 5 y media de la mañana justo cuando el
sol comenzaba a despuntar tras las blancas cumbres del Himalaya. Sin embargo no
se paró ni un minuto para contemplar la escena. Tenía todo un camino por
delante y no había tiempo para parase en detalles sin importancia. Miró al
sherpa, y comenzaron el ascenso. Caminaban con determinación y a paso ligero.
A Daniel le habría encantado ir solo, pero era consciente de que en esa parte
del mundo necesitaría la ayuda de otros si quería, ya no solo subir al techo
del mundo, sino si quería volver de él. Así que había contratado a un grupo
reducido de alpinistas profesionales con los que hacer el ascenso. Todo estaba
medido al milímetro para que no faltase nada, pero también para que ningún
carga extra les retrase. Incluso tenían un estricto horario, cada descanso
estaba cronometrado, a cada etapa le correspondía un tiempo determinado. Todo
estaba perfectamente estudiado para conseguir llegar a la cima del Everest de
forma no solo segura, sino rápida. Porque ese era uno de los objetivos, coronar
la montaña en un tiempo récord. Y para que quedase constancia de todo el
ascenso, Daniel llevaba una pequeña cámara multiaventura sujeta al pecho con un
arnés especial.
A medida que iban subiendo las condiciones se fueron haciendo cada vez más
duras. Comenzó a soplar el viento, primero suavemente, luego cada vez con más
fuerza. La nieve no tardó en aparecer, y poco a poco los llamativos equipos del
grupos de montañeros empezaron a teñirse de blanco. Se habían asegurado de
escoger un día con buena meteorología, pero todos sabían que en la montaña el tiempo
es muy caprichosos y puede cambiar de repente. La nieve podía caer todo lo que
quisiera, ellos iban preparados para todo. No cederían ante las inclemencias de
la Naturaleza, no detendrían su paso.
Sin embargo, hay veces que por muy preparado
que se vaya, hay que tener la prudencia de abandonar. A veces una retirada a
tiempo es una victoria. Pero el equipo de alpinistas no parecía creer que
hubiese llegado aún ese momento, y menos todavía Daniel Harris. El joven
apretaba los dientes y miraba con fiereza y determinación hacia arriba. Nada
iba a impedirle cumplir su sueño. Si la temperatura bajaba el se movería más
rápido para entrar en calor, si el viento soplaba con fuerza contra él
agacharía la cabeza y seguiría caminando. Y si la nieve se negaba a cederle el
paso, él pisaría con más fuerza. Nunca antes se había rendido ante la crudeza
de la Naturaleza, no iba a empezar ahora. Le arrancaría este último secreto
antes de volver a casa. Coronaría a la madre de todas las montañas.
Entonces, el fuerte viento se transformó en una furiosa ventisca. La nieve
comenzó a caer con violencia y de forman copiosa impidiendo que los alpinistas
pudiesen ver apenas a un par de metros de donde estaban. El viento rugía con
fuerza empujando a los alpinistas, haciéndoles tambalearse. Daniel escuchó de
fondo a sus compañeros gritar, pero cuando alzó la vista solo vio blanco.
Buscó desesperado a su equipo, describiendo movimientos cada vez erráticos. No
podía acabar así, tenía que seguir luchando. No se rendiría. Jamás. La
Naturaleza no le apartaría de su objetivo, de un manera y otra, un día y otro
lo conseguiría.
La ventisca no cesó en ningún momento.
Entonces el joven alpinista dio un paso en falso y cayó de bruces al suelo. De
nuevo creyó oír una voz, pero no entendía lo que decía. Esta vez era
completamente diferente. Sonaba como las olas al romper contra los acantilados,
como el rugir de un tornado, como el retumbar de los terremotos, como los
truenos en las noches de tormenta. Daniel alzó la mirada y al momento se le
heló la sangre. Hacia él, a una velocidad de vértigo se dirigía una manta de
nieve. Un alud. El alpinista solo tuvo tiempo de cerrar los ojos. "Por
favor". Fue lo último que pensó antes de ser engullido por la avalancha.
"... Hasta que aprendas a
valorarme..." Le pareció entender cuando, por fin, el mundo
dejó de moverse. Y de nuevo cayó inconsciente.
Cuando despertó todo estaba oscuro, y el
miedo lo invadió. Intentó moverse, o al menos incorporarse. Pero enseguida fue
consciente de que kilos de nieve se extendían sobre él. Era un milagro que no
le hubiesen aplastado. No podía creer que siguiese respirando. Pero tras unos
minutos que se le hicieron horas, casi empezó a desear haber muerto. Empezó a
ser consciente de su precaria situación, estaba atrapado en una pequeña cámara
de nieve, a una temperatura muy inferior a 0º. El frió empezaba a morderle sin
piedad las dedos de manos y pies, las orejas y la nariz. Empezaba a congelarse.
Pensar en ello le hizo agitarse, y comenzó a hiperventilar. Al momento notó un
punzante dolor en su costado. Seguramente tenía fracturas unas cuantas
costillas. Y hacía rato que no notaba la pierna izquierda. Seguramente
estuviese rota. Daniel gritó con todas sus fuerzas toda la frustración, el
agobio y, sobre todo, el miedo que sentía. Acto cerró los ojos con fuerza y las
lágrimas rodaron por sus mejillas. Estaba atrapado. No podía moverse y aunque
pudiese, no le serviría de nada, no había salida. Notaba la nieve rodeando cada
centímetro de su cuerpo en un helador abrazo. Moriría allí. Ese pensamiento
hizo que derramese más lágrimas.
Pero
lo peor era la oscuridad, total y absoluta. Casi parecía que la muerte le
observaba mientras agonizaba, esperando sin prisa al momento justo para
llevárselo. En ese instante deseó creer. Creer que encontraría algo más allá,
que alguien le estaría esperando... Pero se sentía más solo que nunca. Soledad
y oscuridad. Ambas engullían todo a su paso, aplastándole casi más que la
nieve.
Quiso poder dormir
hasta que llegase su hora, pero ni siquiera podía abandonarse en los brazos de
Morfeo, porque cada vez era más consciente del dolor que atenazaba sin piedad
todo su cuerpo. ¿Cuánto le quedaría? Se preguntó angustiado. ¿Cuánto más tendría
que sufrir? Ya solo quería descansar… Volvió a caer inconsciente. Durante
las horas siguientes el alpinista entró y salió de inconsciencia,
mezclando los sueños con la realidad. Soñando que volvía a estar en casa
durante unos deliciosos instantes, para momentos más tarde, chocarse con la
abrumadora realidad. Y en ese estado de delirio, creyó oír una segunda
voz, muy diferente a la anterior. Misteriosa, insondable, y de alguna manera,
reconfortante. La voz habló pero ningún sonido rompió el pesado silencio, y sin
embargo se oía con perfecta claridad. No reconocía nada de lo que oía o creía
oír y sin embargo, todo parecía tener sentido. Y lo más importante, por un
tiempo dejó de sentirse solo.
* * *
Jenna entró en la habitación 634. Daniel
estaba recostado en su cama, mirando por la ventana sin ver realmente nada.
- ¿Vienes
a responder las dudas de los tabloides?- preguntó Daniel con hastío y
malhumorado. No habían sido pocos los periodistas de diferentes periódicos
y revistas que se habían agolpado ante su puerta con la intención de
arrancarle algún nuevo dato sobre su accidente. Y aunque hacía un par de
días que los médicos le habían dado permiso para recibir visitas, él se había
negado a recibirles.
- No.
Vengo en calidad de amiga.
- No
sabía que habíamos llegado a ese punto en nuestra relación –dijo antes de
empezar a toser repetidamente.
Jenna a su vez se acercó a la
mesita junto a la cama, llenó el vaso con el agua de la botella que había al
lado y se lo ofreció a Daniel, que lo cogió sin dejar de toser. Una vez hubo
calmado su tos, cogió aire mientras cerraba los ojos y echaba la cabeza hacia
atrás.
- No
está mal la habitación, -comentó Jenna desenfadamente mirando a su alrededor-
recuerdo cuando mi hermana tuvo un bebé, su habitación era minúscula.
Al ver que Daniel seguía sin
mirarla, continuó hablando. Esta vez fijó su mirada en el joven alpinista.
- ¿Cómo te encuentras? …Bueno
–sonrió ante lo absurdo de su pregunta-…supongo que es una pregunta un tanto
estúpida. Quiero decir, no tienes muy buen aspecto, pero...
-
¡¿Y qué esperabas?! –cortó el bruscamente- He pasado 5 horas
sepultado bajo la nieve, con una pierna y una muñeca rota, y 3 costillas
fracturadas, ¿cómo esperas que esté?- Escupió.
- Fastidiado.
Jenna empezaba a hartarle, no
dejaba de hablar por hablar sin decir nada, y lo peor de todo es que no le
dejaba descansar.
- Jenna
–dijo intentando controlar su mal genio- ¿qué puñetas quieres?
- Una
sonrisa no estaría mal, la verdad. – dijo muy seria.- He venido a verte, a ver
qué tal estabas. Sé que estás fastidiado, y todo lo que tú quieras, pero…¡al
menos podrías mirarme a la cara mientras te estoy hablando! ¡Joe Danny! ¡Que he venido a verte! Que es más de lo que se puede decir de esa panda de
imbéciles que ha acampado a la puerta de tu habitación.
Daniel seguía sin mirarla. Mantenía
la mirada fija en la pared que tenía enfrente, como si intentase averiguar
cuanto tiempo tendría la macha marrón que había junto al televisor.
- - Vale.
Si lo único que vas a decirme es eso, me leo el periódico y me ahorro el viaje.
–Dijo poniéndose de nuevo su abrigo mientras se dirigía hacia la puerta.
- - Jenna.
– Dijo el alpininista cuando la joven ya había empezado a girar el picaporte.-
Espera… por favor.
Ella soltó el pomo de la puerta y
se volvió hacia el expectante. Le observó mientras enterraba su cara entre sus
manos y se refregaba los ojos con cansancio. Suspiró.
- - Lo
siento. Yo… no tengo excusa. Perdona.- Mientras hablaba, Jenna se quitó el
abrigo y comenzó a avanzar de nuevo hacia la cama.- Llevo aquí ni sé ya cuántos
días, y me estoy volviendo loco. No puedo dormir por las noches, me duele al
respirar, cuando cierro los ojos vuelvo a ver la avalancha…y luego la oscuridad.
El joven alpinista volvió a
enterrar su cara entre sus manos, esta vez durante más tiempo.
- - Tranquilo-
susurró Jenna junto a él mientras le ponía una mano sobre el hombro.- No hace
falta que me lo cuentes.
Daniel levantó la cabeza. Su cara
era una máscara de cansancio con pinceladas de miedo.
- - No
sabes lo que es estar al borde de la muerte, no así… no allí. La oscuridad, la
soledad… te aplastan casi más que la propia nieve. Y el frío… parece que la
nieve te va mordiendo poco a poco, quitándote poco a poco el calor… pensé que
iba a morir. Incluso me pareció oir…
- - Danny,
tranquilo ahora estás aquí. No hace falta que le des más vueltas.- Dijo la
periodista mientras se sentaba en el borde de la cama. Entonces pareció que el
alpinista volvía del Himalaya y se volvió hacia ella. Esta vez su expresión era
algo más relajada.
- - Gracias
por venir. De verdad.
Jenna sonrió.
- - Para
eso estamos.
Estuvieron conversando cerca de
media hora más, antes de que las enfermeras regresasen a comprobar que todo
estaba en orden y a cambiarle las vendas. La joven salió de la habitación.
Volvería mañana, le había asegurado a Danny. Al salir, los periodistas que
estaban esperando en el pasillo se recobraron de su fase de aletargamiento y
empezaron a rodearla intentando sonsacarle algún detalle sobre el estado del
alpinista. Ella simplemente pasó de largo.
* * *
Dos semana más tarde, Daniel ya estaba en su casa. Estaba con
Jonh tomando un café cuando alguien llamó a la puerta. Fue Jonh el que abrió la
puerta.
- Hola
Jenna. ¿Qué tal?- la saludó sonriente mientras ella pasaba a la casa.
Durante el tiempo que Daniel había estado en el hospital, el representante del joven y la periodista habían tenido bastante tiempo para hablar entre ellos y ahora podía
decirse que eran amigos. Es curioso como a veces los accidentes acercan a
personas que de otro modo, nunca se habrían conocido.
- Así
que muletas, ¿eeeh? ¿Cómo llevas eso de no poder moverte? – Preguntó Jenna
divertida al ver a Daniel.
- No se lo deseo ni a mi peor enemigo - contestó el alpinista con una sonrisa torcida.
- No se lo deseo ni a mi peor enemigo - contestó el alpinista con una sonrisa torcida.
Los temas de conversación se fueron
sucediendo. Las tazas de té fueron rellenadas más de una vez, y la bandeja de
scones se vació por 2 veces. El tiempo fue pasando poco a poco sin que los 3
amigos fuesen conscientes de ello.
- Me
pregunto cuánto tiempo tendré que esperar antes de volver a ponerme las botas…
Jenna no daba crédito a lo que oía, no sabía si reírse o
tomarse en serio la pregunta de su amigo.
- ¿No
acabas de salir del hospital y ya piensas en volver a la montaña? – preguntó
atónita. Él sonrió.
- Es
mi vida, lo que hago. La Naturaleza me ha tirado, sí, pero no me a rematado,
aquí sigo. Ha sido una experiencia muy dura, y sin duda tardaré en volver a la
nieve y más aún al Himalaya. Pero me niego a dejarlo después del accidente. Lo
siento, pero no me verás con un traje detrás de un escritorio, no mientras
pueda evitarlo.
Entonces Jenna se fijó en la cámara multiaventuras que el
alpinista había llevado al Everest.
- ¿Ya la has visto?- quiso
saber.
- Aún
no- mintió él.
Hacía un par de noches, cuando aún estaba en el hospital,
Daniel había intentado revivir aquel fatídico día, pero cuando la avalancha le
alcanzó apagó el vídeo. Unas horas más tarde volvió a intentarlo. Pero esta vez
adelantó la película hasta el momento en el que empezaba a ser consciente de su
situación y aguardaba un rescate que no sabía si llegaría. Escuchó a duras
penas, su respiración forzada, sus sollozos, pero no oyó nada más. En ningún
momento escuchó ninguna palabra ni ningún otro sonido que no saliese de su boca.
- ¿Y
eso?- preguntó Jonh. El alpinista tardó un par de segundos en responder.
- Ya
tuve bastante con una vez. Volver a revivirlo ello…
- Está
bien. Es normal- Dijo Jonh dejando la cámara en su sitio. Sin embargo unos
segundo más tarde Daniel pareció cambiar de opinión.
- Ponla
- ¿Cómo
dices?- preguntó Jonh sin comprender. Pero Daniel ya se había adelantado, había
cogido la cámara y se dirigía hacia televisor.
- Quiero
que veáis una cosa- dijo mientras conectaba con cables correspondientes.
- ¿Estás
seguro?- preguntó Jenna.
- Sí,
creo que sí
Las imágenes se veían desde la perspectiva del joven
alpinista que había llevado todo el rato la pequeña cámara pegada al pecho.
Daniel les mostró el principio de la película, la subida, la ventisca, cada vez
más fuerte. Y de repente, la avalancha. En ese momento el joven presiona un
botón del mando y el sonido desaparece a la vez que el vídeo comienza a ir más
deprisa. Jonh y Jenna se limitan a seguir mirando la pantalla mientras escuchan
las explicaciones de su amigo sobre lo que están viendo. Entonces, en el minuto
275 y 42 segundos, Daniel presiona otro botón y la película vuelve a su ritmo
normal. Lo único que se ven en la pantalla es la oscuridad del espacio mínimo
en el que se vio confinado durante más de 5 horas.
- Aquí.
–murmuró para sí.- ¿Oís algo? –preguntó volviendo la cabeza hacia Jenna y Jonh.
- Solo
tu respiración.- respondió la joven mientras Jonh negaba con la cabeza.
- ¿Se
supone que hay que oír algo?- preguntó Jenna con cautela.
- No,
no… yo… sé que puede sonar absurdo... - Daniel sintió las miradas interrogantes
de sus amigos que le miraban alternativamente a él y a la pantalla, sin
comprender.- Simplemente que en ese momento lo único que oía era el latido de
mi corazón,- improvisó el alpinista- tan alto que casi pensaba que podría oírse
el eco… Parece que todo estaba en mi cabeza.
Si Jenna o Jonh estaban sorprendido o extrañados por
la respuesta de del alpinista, no dieron muestra de ello. Apagaron el televisor
y la tarde continuó agradablemente. Al poco tiempo, 2 compañeros de escalada de
Daniel se unieron a la velada.
Ya entrada la noche, una vez que
todos sus invitados se hubieron ido, Daniel se sentó en su sofá y de nuevo
encendió el televisor. La cámara seguía conectada a la tele, emitiendo una
imagen negra donde solo destacaba los números en blanco que marcaban el tiempo
de vídeo transcurrido. “Parece que todo estaba en mi cabeza”.
* * *
Te recomiendo escuchar mientras lees
Atravesando el desfiladero de los Vellos, por una
carretera de montaña a través de bosques y montañas se llega a la base
del Jario. Allí es hacía donde se dirigía Daniel Harris para
retomar su actividad como alpinista profesional. Siguiendo el consejo de Jenna,
había decido empezar por un sitio conocido, que de alguna manera fuese
especial. Y el Jario era perfecto para la ocasión. Fue la
primera montaña que subió, cuando tenía solo 8 años, e iba de la mano de su
padre. Hacía mucho de eso. Ahora en lugar de un niño de vivaces ojos curioso,
se alzaba a los pies de la montaña un joven de 25 años con férrea determinación
en la mirada. Hubiese elegido una empresa un poco más complicada,
más a su altura y significase un reto para él. Pero sus amigo habían insistido:
nada de grandes hazañas ni grandes riesgos, solo un paseo por la montaña. El
alpinista había puesto los ojos en blanco, pero a regañadientes había aceptado.
Y así, empezó a subir, con paso ligero y mirada al frente. No tardaría más de
unas 5 horas en subir y bajar. Y entonces podría ponerse a estudiar nuevos
objetivos, a pensar en nuevas cimas, más altas y ambiciosas. Tal vez no tardase
en volver a intentar el "asalto" al Everest...
Entonces sus pies tropezaron con una raíz, y trastabilló unos pasos antes de
recuperar el equilibrio. ¡Maldita raíz! Unos metros más allá la maleza
comenzaba a crecer comiéndose poco a poco el camino. Daniel empezó a creer que
aquello no había sido buena idea. Acto seguido su chaquetilla se enganchó con
una rama, haciéndole un pequeño agujero al tejido. El alpinista maldijo en
alto. Definitivamente no tenía que haber venido. Este sitio estaba totalmente
abandonado, las zarzamoras apenas habían dejado un metro libre de ancho en el
camino, los pueblos de alrededor estaban todos abandonados,... Y para colmo su
geolocalizador de montaña se había quedado sin batería. Lo mejor sería acabar
esto cuanto antes. Subir a la cima, hacer la foto que sus amigos le habían
exigido como prueba y marcharse.
Volvió a reiniciar la marcha con renovada determinación. A los pocos instantes
el viento empezó a soplar en su contra haciendo que su subida fuese más
costosa. El alpinista apretó los dientes con irritación. Definitivamente ese no
era su día. Siguió subiendo, pero los tropiezos cada vez fueron más frecuentes.
Las piedras sobre las que apoyaba su pie, bailaban cuando ponía su peso sobre
ella, las raíces parecían levantarse del suelo para hacerle tropezar, y casi
habría jurado que las zarzas si inclinaban hacia delante para impedirle el
paso. Era realmente frustrante, ¡Cómo pudieron alguna vez gustarle los Picos de
Europa! No eran más que unas cuantas montañas arrejuntadas entre sí, con un par
de bosques entre ellas, y que en nada podía compararse a parajes como el de los
Pirineos, los Alpes, y ni mucho menos el Himalaya.
- ¡Maldita sea! ¡Otra vez! -exclamó
con enfado el alpinista. Por enésima vez su ya agujereada chaquetilla se había
enganchado entre las zarzas. El viento volvió a soplar con fuerza, esta vez
llevando consigo unas gotitas de la ya próxima tormenta. Respiró hondo, y tiró
con fuerza. Al momento su prenda de soltó y Daniel dio 2 pasos para atrás,
antes de que una raíz que no recordaba haber visto al pasar le hiciese perder
el equilibrio definitivamente. Cayó de espaldas cuan largo era, y su cabeza dio
con la tierra. El impacto le hizó expulsar de todo el aire de sus pulmones.
Y desde el suelo, con la mirada perdida en el cielo azul-grisáceo oyó silbar al
viento de una forma muy similar que hacía unos meses, sonando como una
tormenta, como un vendabal. "... hasta que no aprendas a
valorarme..."
Daniel Harris se quedó de piedra.
Permanció tirado en el suelo sin saber qué pensar. Su mente era un
remolino de imágenes, de recuerdos, de sensaciones, de pensamientos, de
palabras no habladas,.. Y así, tumbado en el suelo, estuvo unos minutos mirando
al cielo . Hasta que de repente el cantó de un pequeño petirrojo le sacó
de ensimismamiento. Se incorporró y lo vio piando alegremente sobre una ramita
de las zarzas, a pocos metros de donde estaba él. El alpinista se quedó muy
quieto por miedo a espantarlo, y se preguntó cómo algo tan pequeño y
aparentemente delicado podía habitar en un lugar como aquel. Se quedó quieto
escuchando su canción, fijándose en cada pluma. Entonces el petirrojo pareció
cansarse de ese lugar y alzó el vuelo sin ningún esfuerzo. El joven se levantó
a su vez. Y una vez en pie, miró, por fin a su alrededor y quedó maravillado.
El paisaje entre estaciones empezaba a cambiar sus verdes esmeralda por oros,
ocres y bronces. Las zarzamoras, de hojas verdes amoratadas aportaban un bonito
contraste al camino con sus rojas moras. El alpinista, casi de forma
inconsciente reanudó su marcha. Y sin darse cuenta empezó a subir montaña
arriba. Esta vez sus pies no se encontraron ninguna roca o raíz que
entorpeciese su camino. Esta vez las zarzas se echaban a un lado para dejarle
paso y el viento dejó de soplar en su contra para hacerlo a su favor,
impulsándole a subir. Pero Daniel no fue consciente de nada de eso, sus ojos no
miraban el camino, sino todo lo que le rodeaba, los castaños con sus hojas
tricolor, el musgo formando un mullido manto en cada roca, los líquenes que
crecían en cada rama, los saltamontes, los pajaritos que revoloteaban por
allí, el valle que poco a poco iba quedando a sus pies.
Por fin, y casi sin haber sido consciente de su subida, el joven
alpinista llegó a la cima. Y al contemplar todo lo que se extendía ante él,
bajo sus pies, perdió el aliento. Cayó de rodillas sin dejar de mirar a su
alrededor.
"...hasta
que aprendas a valorarme..."
Cuantas veces
había escalado una montaña sin parar a contemplar lo que desde lo alto se veía.
Cuantas veces se había fijado más en el tiempo que marcaba su cronómetro en
lugar de disfrutar de la vista que "solo" le había sido concedida a
los pájaros. ¿Cómo no puedo percatarse antes de nada de eso? Rió ante su
ignorancia. El joven se levantó de nuevo, y el viento le revolvió el pelo.
Cerró los ojos deleitándose con esa nueva sensación de felicidad y plenitud que
le llenaba. Al abrirlos, vio frente a él cómo los alimoches jugaban con el
viento. Entonces el alpinista abrió los brazos como si fuesen alas.Sin haber
sido consciente había olvidado lo que de pequeño conocía tan bien, y ahora por
fin recordaba lo que significaba llegar a la cumbre. ¡Qué sensación tan
maravillosa! Lanzó un grito de júbilo, comprendiendo tantas cosas de pronto.
Siendo consciente de lo pequeño que era en realidad y de lo alto que había
subido. Esta vez no se sintió "el rey del mundo"como otras veces,
sino sencillamente parte de él.
Es
difícil que uno no pueda sentirse parte de la naturaleza y del mundo
estando en una cuidad. Cuando se vive donde hemos arrasado hasta con el más
pequeño ápice de naturaleza. Es difícil sentirla como lo que es, una parte de
inherente de nosotros.
Pero todo que
aquel que haya subido a una montaña, que haya atravesado un valle, que haya
paseado por un bosque con el corazón abierto, sin más objetivo que el de
disfrutar, sabe qué sintió el alpinista. Esa sensación de libertad y alegría
que te invade al sentir que perteneces a un lugar tan extraordinario hermoso, y
la satisfacción de poder estar allí para contemplarlo.
El alpinista siguió mirando maravillado el paisaje durante mucho tiempo,
mientras el suave viento le acariciaba la piel, mientras sus ojos se empapaban
ante lo que tenía delante.
"¿Lo
entiendes ahora?" preguntó entonces una voz que creyó oír una vez en sueños. Y el
alpinista entendió.
"Vivimos
solo para descubrir la belleza, todo lo demás puede esperar"
FIN
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